Los hilos que dieron origen a estas figuras no comenzaron en mis manos, sino en las de mi madre. Cajas de telas y materiales que ella acumuló, pero nunca usó, en ellos encontré un eco de su presencia y de su ausencia. Hoy, el Alzheimer la mantiene aquí y lejos a la vez, obligando a un duelo en vida: una memoria rota, intermitente, que ya no responde pero que persiste en los que si lo hacemos. De esos restos surge una necesidad de coser no solo cuerpos fantásticos, sino también fragmentos de una historia personal atravesada por la pérdida y la transformación.
Como Penélope, que tejía y destejía para sostener la espera y engañar al olvido, yo también encuentro en la aguja y el hilo un refugio contra la ausencia. Pero a diferencia de ella, no deshago lo creado: cada puntada fija lo que la memoria borra, cada figura se vuelve un testimonio que no se deja deshacer por el Alzheimer. Donde Penélope alargaba el tiempo, estos muñecos intentan detenerlo.
Cada pieza encarna un fragmento de lo humano a veces animal, a veces mítico, huellas de un imaginario ancestral que busca tomar forma.
Aunque cada figura es independiente y distinta en su carácter como lo son los pensamientos y recuerdos estos surgen usando máscaras de relatos no escritos. Testamentos de un mundo donde el recuerdo se transforma y se disfraza para dialogar con otros desde adentro con un entretejido que se deshilara finalmente con el tiempo.